Durante la vida ocurren cosas... se trata de eso. Algunas deseamos que se repitan y otras que no vuelvan a ocurrir en la vida. De la mezcla entre lo que ocurre y lo que interpretamos, resulta en gran medida el nivel de bienestar de una persona.
Cuando en la vida se dan situaciones desagradables, estresantes, comprometidas... aparecen emociones asociadas a ellas, y lo normal es que el sufrimiento aparezca en nuestro interior, en alguna de sus formas. El sufrimiento innecesario es el que fomentamos a través de ciertas actitudes con respecto a lo que nos ocurre. Es el sufrimiento añadido por anticiparnos mentalmente, apegarnos excesivamente al pasado, y enredarnos con todo tipo de pensamientos.
Cuando el sufrimiento se instala casi como una costumbre (con periodos cortos de descanso), tiene casi siempre una relación con la necesidad de control. Queremos controlar lo que pensamos y por ende, lo que sentimos. Trasladamos ese control a nuestro entorno, intentando que nos sea favorable. Pues bien, hay cuestiones que se pueden controlar y otras que no. El sufrimiento añadido, se nutre también del intento de control de lo que no es controlable.
Reducir el sufrimiento depende -en alguna medida- de nuestra capacidad para elegir qué controlar y qué no. Comencemos por la parte interna: control sobre pensamientos y sentimientos. Intentamos no pensar en algo cuando detectamos que bajo esa línea de pensamiento aparecen sentimientos con los que no queremos entrar en contacto. Por lo tanto, evitar pensamientos, es en realidad un intento de no sentir.
Pensar que no quiero pensar en algo, es pensar en ese algo. Parece un juego de palabras, pero si lo analizas, te darás cuenta que intentar evadirse de ciertos pensamientos, produce el efecto contrario. Ahora, si estás leyendo esto, podrás estar pensando que en muchas ocasiones has decidido pensar en otra cosa, que no tenga que ver con lo que te agobia; y lo has conseguido en parte. Otras veces, has llegado a pensar en eso, pero de una forma más "positiva": no es para tanto, esto se solucionará, etc. Este hecho, te proporciona la sensación de que manejas tu mente en cierto sentido, pero ¿te has preguntado si el resultado de esos intentos, te ha llevado a tener una mente saludable?. Te habrás dado cuenta que lo que ocurre es que te pasas la mayor parte del día pensando y con un malestar de fondo que no termina de desaparecer.
Por otro lado, está la parte externa: el control del entorno. ¿Eres de esas personas que necesitan que lo que le rodea esté bajo control?. ¿Te molesta que las cosas no salgan como tenías previsto?. Probablemente buscas que tu entorno concuerde con lo que quieres que ocurra, aunque -salvo que seas un ser especial- lo más habitual es que muchos de los elementos de ese entorno se escapen de tu control, como agua en las manos. Finalmente puedes tener bastante bien controlados a la mayoría de de los elementos de tu entorno, relacionados con el trabajo, amistades, casa, familiares, situaciones..., pero también habrás reparado en que llegas al final de la jornada con un agotamiento extremo.
Si intentamos tener bajo control a pensamientos y entorno, de una forma o de otra, terminamos cansados o desesperados, impotentes o decepcionados. Muy probablemente, tendremos un nivel de alarma continuo o una muy probable dependencia de los acontecimientos.
Es el momento de cambiar de estrategia. Incluso de hacer un cambio en la óptica y en la filosofía de vida. Se trata pues de comenzar a aceptar lo incontrolable, y sobre todo de adoptar una estrategia rentable para nuestro bienestar en el medio y largo plazo. Aprender a aceptar emociones es la base de este giro en tu vida.
No existe una sola emoción que sea destructiva por sí misma. Es más, todas tienen un sentido y un porqué. Olvida la idea de que hay emociones positivas y negativas. Todas suman. La clave se encuentra en la relación que establecemos con ellas, y sobre todo en las grandes y pequeñas decisiones que tomamos con respecto a lo que sentimos, y a lo que creemos que sentiremos.
Te animo a recorrer un camino que dependa más de lo que valoras, que de lo que tu mente te pide en todo momento. Se trata de que orientes tu vida real (la que ocurre en cada instante) en una dirección valiosa, y no en la búsqueda infatigable de aliviar o evitar ciertos sentimientos.